Muchas veces estamos tan enfocados, tan arraigados a la rutina, a algún plan,
o a nada en particular, pero estamos atados. Respiramos, nuestro corazón late, nuestra
mente esta enredada con tanto que los días y los meses pasan sin detenernos un
instante. A veces incluso surgen momentos de reflexión pero no llegan a ser
suficientes para que tomemos decisiones que hagan el cambio que necesitamos.
“No traten de impresionar a nadie” dice la Biblia. La vida es un sinfín de
situaciones que nos cuestan manejar, y creemos estar siempre a punto de
ahogarnos y los destellos de alegría pueden parecer tan cortos al lado de lo
que tenemos que soportar día a día. A veces estamos tan empecinados en “no
quedar mal”, en “encajar”, en “decir lo que quieren escuchar”, que nos
olvidamos que nuestra vida es nuestra, y nadie va a hacer los esfuerzos que
debemos hacer por nosotros. Nadie nos va a animar, porque aunque lo hagan, si
nosotros no nos auto-animamos, es como no escuchar.
Si tratamos de impresionar, de cumplir, de decir siempre “sí” incluso
cuando no podemos, cuando ya no hay fuerzas, cuando ya nos comprometemos con
tanto, eso a veces puede explotar. Me gusta escuchar doctores como Daniel López
Rosetti que siempre da mensajes de aliento, de superación, de liberación, más
que estrictamente medicinales (aunque esa es la medicina milagrosa: la de la
mente sana y la fe).
Solo escribo, solo quiero recordarme, que no quiero que se me pase la vida
tratando de cumplir las expectativas de otros, cuando realmente eso no da
fruto. Tener la visión en ser mejor, en aprender, en crecer siempre tiene que
ser mi impulso para adelante.
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